Ayer cayó la décima victoria consecutiva de Marc Márquez esta temporada. No vino sola, porque en un templo como Indianápolis dejó escrita la 100 pole del motociclismo español, la 100 victoria de nuestro país en MotoGP, la 500 entre todas las categorías y su cuarto triunfo consecutivo en este mismo circuito.
Márquez lo gana todo, todo el rato, y eso puede ser peligroso para el espectáculo. Rossi también lo piensa y así lo ha dicho. Sin embargo, El Niño prodigio está yendo un paso más allá y entre la gente empieza a extenderse un nuevo morbo como si de un virus se tratase.
Dicen que José Tomás no es el mejor torero del mundo, pero es el que más se la juega, el que más se acerca al toro, y eso hace que también sea que más morbo despierta. Leí a Sánchez Dragó decir sobre él que la gente va a la plaza por poder contar que estaba allí el día de la última cornada. Independientemente de la calidad de la faena. Es decir, los toros son lo de menos, lo importante es la muerte.
Con Márquez empieza a pasar algo parecido. Nadie cuestiona ya de lo que es capaz y cada vez somos más los que pensamos que, efectivamente, ganará las 18 carreras de este año. Pero en los deportes de motor es difícil cerrarle la boca a la estadística y la gente ya espera con más ganas el día en el que se acabe la racha (a ser posible en plan épico, por favor) que las carreras que aún se pueda prolongar esta. La victoria de Márquez, como la de José Tomás, ya no interesa porque se da por hecha, ahora lo que vende es la derrota, el día de la caída y lo dura que vaya a ser esta.