No se cómo lo veréis vosotros, pero desde mi punto de vista era evidente que en esta apasionante temporada 2015 de MotoGP íbamos a acabar viviendo un episodio como el del incidente entre Rossi y Márquez en Malasia.
Rossi y Márquez llegaron a Qatar (en marzo) siendo amigos. Ídolo y heredero. Hasta las aficiones parecían hermanadas por el vínculo de admiración mutuo y el hecho de que distancia generacional ya no daba tiempo a que fuesen rivales. Quizá alguien también pensó que era una pena el hecho de que el mejor Rossi no se hubiese encontrado en el tiempo con el joven Márquez. Pero bueno, casi que mejor así porque en el fondo, todo el mundo sabía que estos dos genios no habrían podido ser amigos hace 10 años con una 500. Así que el paddock, la grada y sala de prensa preferían quedarse saboreando el regusto de lo que podía haber sido pero, sobre todo, del buen rollismo que lograba poner de acuerdo a los aficionados de los dos grandes ídolos de la parrilla. Hasta ese día, Rossi era ya una amenaza ‘caduca’ para el nuevo emperador de MotoGP; mientras, Marc encaraba una nueva temporada en la que ni Lorenzo, ni por supuesto Pedrosa, iban a a poder evitar su tercer título, quizá, logrando esa quimera que se había escapado en 2014: ganar todas las carreras. Así empezaba esto.
Pero aquella noche, Marc se fue largo en la primera vuelta y Rossi ganó la carrera. A esas alturas, un error insignificante del campeón, como insignificante era la victoria de Valentino a los ojos Marc. En Austin se confirmó. Ganó el 93 y el 46 subía al podio. Así es como debía ser, porque esos eran los roles que venían del año anterior: Rossi aún podría ganar a todos, menos a Márquez, y punto.
En Argentina, todo estaba siendo igual hasta que a 10 vueltas del final, Rossi se zafó del pelotón en el que llevaba braceando desde una de sus malas clasificaciones y peores salidas. Y, con Márquez a cuatro segundos, le dio caza, le metió la moto donde la metía cuando tenía 25 años y Marc intentó defenderse como lo había hecho tantas otras veces con Pedrosa, Lorenzo, Espargaró, Bradl… Rossi aguantó el placaje, se puso delante y Márquez, colocándose para improvisar un contraataque que no esperaba tener que hacer, se fue al suelo. ¿O lo tiró Valentino? Sea la razón para quien sea, el mismo debate que se abrió lo que sí dejaba claro era que estos dos estaban dispuestos a jugar con todas las armas posibles. Y eso, estaremos de acuerdo, en que no es algo muy normal entre amigos.
Aquello pasó (aunque no se olvidó) y a cada uno de ellos les surgieron cosas más importantes de las que preocuparse: a Márquez, el incontrolable tren trasero de su Honda ‘devoraneumáticos’ y, a Rossi, el mejor Lorenzo de su vida, haciendo poles y ganando carreras como si el resto corrieran en Moto3.
Y entonces llegamos a Assen, y allí Valentino firmó su mejor fin de semana de toda la temporada para acabar encontrándose con Márquez en la última curva de la última vuelta. Y Márquez volvió a intentar adelantar como él sabe y, Valentino, una vez más, se defendió también a su estilo, aunque para ello hiciese falta trazar la curva por encima de la tierra. ¿Maniobra legal? Al final quedó en eso, y sin nadie por los suelos, la polémica se zanjó como otra lección de perro viejo de la que tomar nota.
La temporada avanzó, Rossi seguía empeñado en ganar su décimo Mundial, Márquez ya lo había perdido todo, Lorenzo no tiraba la toalla, a pesar de sus errores, y Pedrosa apareció como hacía años que no se le veía. Nunca antes habían estado los cuatro en el mismo ring con las mismas ganas, en buena forma y las mejores motos. La batalla del siglo tuvo lugar en Australia. Jamás habíamos visto nada igual en MotoGP. Solo faltaba que se hubieran abrazado todos al final de la carrera y hubieran tarareado el We are the champions juntos. Sin embargo, lo que pasó, es que Lorenzo acabó tan agradecido con todo el mundo que parecía que hasta le iba a dar un achuchón a Marquez por haberle ganado en la última curva. Mientras, Rossi lo veía de otra manera y, cuatro días después, ya en Sepang, acusó a Márquez de haberle frenado para ayudar a Jorge. Un golpe bajo (y más contra el piloto que presume de que siempre va al límite), pero con el fundamento de la hoja de tiempos en la mano. Que no, que estos dos no pueden ser amigos mientras corran sobre el mismo asfalto.
Y llegaron los libres… y se miraron y se esperaron. Primer tanteo. Todas las cuentas quedaron pendientes para la carrera y allí tuvo lugar la explosión definitiva de una relación de amistad que nunca había existido. Se hicieron y dijeron de todo. Se acabó. Por mucho que unos y otros lo hayan pregonado, siempre había un interés al hacerlo: meterse a la grada en el bolsillo. Y ahora, con los títulos y las victorias en juego, se les ha roto el amor de tanto usarlo. Y donde había dos aficiones, ahora hay dos bandos enfrentados. Imposibles de reconciliar. Quizá alguno no se lo esperaba y la ruptura le ha pillado por sorpresa. Esos estarán decepcionados, o incluso indignados. Quizá había gente que pensaba que Rossi y Márquez seguirían dándose la mano en el parque cerrado a costa de ganar al resto, por los siglos de los siglos. Pero ese equilibro, ese idilio, se acabó… o quizá nunca existió. Ya veremos.