De todas las cosas (buenas y malas) que nos está dejando la crisis, en la que llevamos ya unos años, hay una que no pensé que llegaría a ver.
Hablo del fenómeno de los coches ‘Made in Spain’. Esto es algo que indudablemente suena a otras épocas. Sobre todo a los años del desembarco de las grandes marcas en nuestro país. FASA trajo Renault a Valladolid en 1951, Citroën aterrizó en Vigo en 1958, Henry Ford II compró 636 huertos en Almussafes para montar una fábrica de 270 hectáreas en 1973 y Opel hizo lo propio en Figueruelas en 1982, por citar solo algunas.
Todas ellas, en un momento u otro, tuvieron que tirar del «Hecho en España» para ganarse el favor del público local. Eran otros años y el mundo funcionaba de otra manera. No se podía cruzar Europa de Norte a Sur sin enseñar el DNI, ni la gente podía comprar en China desde su teléfono móvil mientras se desahoga sentado en el inodoro de su propia casa.
El mundo ha cambiado mucho y durante unos cuantos años la procedencia de nuestros coches se ha devaluado hasta el punto de que el cliente de un SEAT León puede pensar que su coche es 100% español por su procedencia de la Zona Franca de Barcelona, a pesar de su genética alemana (de hecho, técnicamente es igual de español que un Audi Q3). Mientras que el de Renault está convencido de que su coche viene del otro lado de los Pirineos, aunque haya sido montado por un primo segundo.
Técnicamente, en lo relativo a fabricación, un SEAT Leon es igual de español que un Audi Q3
Sin embargo, desde hace un par de años, vengo notando ese empeño por presumir de lo hecho en España. Sumidos en una globalización galopante resulta curioso que los grandes fabricantes mundiales reparen en esos pequeños detalles. Pero lo hacen, y sus motivos tendrán. Aunque estos sean sensiblemente diferentes a los de antaño.
Quizá, en su momento, se hacía como una forma de patriotizar un producto extranjero, porque las fronteras eran mucho más opacas que ahora y apenas se podía ver nada al otro lado. También era un reclamo hacia la calidad de lo hecho en España por encima del resto. En definitiva, una forma de venderse tanto al público como a la Administración.
Pero hoy en día, dudo de que los clientes tengamos la sensibilidad de percibir diferencias entre dos coches de la misma marca y modelo fabricados dentro y fuera de España. Es decir, estoy seguro que desde la sede en Wolfsburg (Alemania) controlan de forma milimétrica que los Volkswagen Polo fabricados en Navarra (España), Shanghái (China), Chakan (India), Kaluga (Rusia) y Uitenhage (Sudáfrica) sean exactamente iguales salvo orden bajo pedido.
El 85% de las piezas del Citroën C4 Cactus sale de un mosaico de más de 19 empresas españolas
Creo que esta campaña de nacionalización tiene un componente más romántico. Una especie de llamamiento a la solidaridad nacional. Porque si compras coches hechos en España, das trabajo a tu vecino, contribuyes a activar la economía y esto acabará teniendo un retorno positivo sobre tu propia situación.
Así que vemos que Citroën nos detalla que su nuevo C4 Cactus sale de un mosaico de más de 19 empresas de componentes nacionales, Nissan pone el sello «Hecho en España» en los anuncios enTV de su nuevo Pulsar y Opel presume de haber fabricado en Zaragoza 9,5 de los 12,4 millones de Corsa desde su lanzamiento.
Sea por el motivo que sea y gusten más o menos estás políticas, de lo que si podemos estar orgullosos es de haber vuelto al top 10 de fabricantes mundiales por delante de países como Canadá o Francia (1,3 millones en el primer semestre de 2014) y se han adjudicado a las fábricas españolas hasta 12 nuevos modelos en los dos últimos años. Por otro lado se espera una inversión de 5.000 millones de euros que generarán 6.000 puestos de trabajo directos y otros 25.000 de forma indirecta. Así que parece que la fórmula da resultado.