¿Por qué no decirlo francamente? La apertura del Salón de Automóviles no se anuncia este año con el mismo entusiasmo que los anteriores. Cuando este artículo aparezca en las columnas de ABC, la fiesta inaugural estará celebrándose en el palacio de los Campos Elíseos con la solemnidad de siempre, en presencia del ‘todo París’, que no perdona ocasión para lucirse, ya se trate de una primera representación, de una sesión en la Academia, de una vista en los Tribunales o de otro espectáculo por el estilo.

Todo París, pues, estará en estos momentos visitando las galerías del Gran Palais, peno se sabrá fijamente si lo que se exhibe allí son los stands de automóviles o las elegancias de las mujeres que van a visitarlos. Puede asegurarse que en este primer día del concurso las instalaciones de automovilistas pasarán inadvertidas, porque solo tendremos ojos para mirar a la concurrencia.

Se equivocará, sin embargo, el que crea en el éxito del actual Salón al ver la brillantez del acto inaugural. No hay que hacerse ilusiones. La industria automóvil atraviesa una crisis penosísima y probablemente decisiva, y ni los agentes ni las casas constructoras tienen fe en el resultado de la empresa. Esta falta de entusiasmo, esta desconfianza son cosas que se advierten desde el primer momento puesto que las casas constructoras han empezado por economizar cuanto han podido los gastos de sus instalaciones respectivas, aprovechando la mayor parte los mismo stands de años anteriores, convenientemente reparados para que parezcan nuevos. Además, los trabajos han venido realizándose con tanta lentitud, que gran número de instalaciones no estarán terminadas todavía, hoy martes, día señalado para la inauguración oficial.

No por eso, la fiesta resultará menos brillante, puesto que esta fecha de la apertura del Salón del Automóvil figura ya en el calendario de los grandes acontecimientos parisinos, y la afluencia de forasteros comienza a ser enorme. La desilusión vendrá luego.

El Comité encargado de la organización del Concurso actual ha quedado ‘a la altura’ que dicen aquí. El Gran Palais es un edificio que sirve para todo género de exhibiciones, pues allí, además de las Exposiciones de Bellas Artes, se han celebrado fiestas diversas y hasta Concursos hípicos. Pero la única Exposición que parece adaptarse perfectamente a las condiciones del edificio es este Concurso del Automóvil.

En años anteriores llamó poderosamente la atención el verdadero derroche de luz que por las noches alumbraba las galerías del Grand Palais. Era un espectáculo hermoso, jamás visto en París. El Gran Palais ardía por dentro y por fuera y los reflejos de tantos millones de luces alumbraban el cielo con resplandores de incendio.

Parecía que ya no podía hacerse más, y los actuales organizadores van a probar que sí, porque allí donde han podido hacerlo han doblado, han triplicado el número de luces. En la nave central han colocado un formidable aparato que arroja la luz en todas direcciones por medio de bandas multicolores. La decoración es espléndida, y todos estos adornos, todos estos lazos, todas estas guirnaldas, al llegar la noche, se encienden, ofreciendo el cuadro más fantástico que jamás pudo soñarse. El piso que dejan libre los stadas ha sido todo él cubierto de elegantes y ricos tapices, a fin de evitar que el polvo ensucie ni empañe la brillantez de los coches expuestos ni la limpieza de las instalaciones. Han cuidado los organizadores del Concurso actual hasta los más insignificantes detalles,, para dar facilidades al público han instalado dos ascensores que funcionarán gratuitamente: uno que pone en comunicación con la planta baja la galería superior, y otro que servirá para llevar a los visitantes a la palisserie de Rumpelmayor, donde se servirá el té desde las tres hasta las siete de la tarde. Las damas elegantes trasladarán sus tertulias de la rue de Rívoli al stand de Gran Palais, y escuchando a los tziganes y tarareando czardas y rapsodias no comprarán coches; pero, en cambio, le cortarán un traje al mismísimo lucero del alba.

Si el Salón actual no alcanza el éxito que los anteriores, no será por culpa del Comité de organización, sino por la falta de entusiasmo de los concurrentes. Los organizadores han derrochado el dinero para hacer del Grand Palais un palacio encantando de tal manera, que a poco que los expositores hubieran puesto de su parte, indudablemente la apertura del décimo Salón del Automóvil hubiera resultado un acontecimiento sensacional…

Pero, ¿por qué esta falta de entusiasmo? El público no se la explica o, mejor dicho, no quiere explicársela… Es senciallamente que casi todos los constructores, exceptuando dos o tres marcas, sufren ese incurable mal que en los negocios mercantiles se llama exceso de producción. La mayor parte de las casas constructoras acuden a este Concurso como van los comerciantes a las ferias de los pueblos: a ver si venden. Yo os invito a dar una vuelta por los stands y me diréis después si no es una locura pensar que puedan venderse todos los coches expuestos. Se venderán muchos indudablemente, porque es cierto que hay personas que, deseando adquirir un automóvil, aguardan a comprarlo en el Salón; primero, porque creen que sucede con esta clase de mercancías lo que con los géneros que exhiben los comerciantes en los escaparates: que están mejor construidos; y segundo, porque así se dan un poquitín de tono, viendo durante unos días el cartelito colgado, que dice: «Adquirido por don Fulano».

Pero ¡creer todos los contructores que en el Salón actual exhiben los productos de sus casas, que van a dar salida a los coches que tienen terminados…! ¡Es una verdadera locura! Y escuchadlos… Todos hablan lo mismo, todos se expresan del mismo modo… Los hablan de un asunto, de un negocio cualquiera que aceptan en principio, aplazándolo, no obstante, hasta después del Salón… «¡Cuando termine el Salón!» dice un representante de una marca famosa… Y es que cuenta ya casi seguramente con las ganancias que le van a reportar las comisiones de las ventas que realice.

«¡Si.. si… hecho! ¡Cuando termine el Salón!» afirma un constructor, dando palmaditas en el hombro a un periodista, que le propone un nuevo sistema de publicidad. Y todos, absolutamente todos, van aplazando sus asuntos hasta ver los resultados del Salón que hoy se inaugurará; pero confiando en qu eel negocio será brillante y las ganancias seguras, y en que, al fin, podrán respirar tranquilos…, ¡cuando termine el Salón!

La desilusión va a ser grande para la mayor parte de los expositores. Yo no quiero nombrar en esta crónica una sola marca, pues en estos momentos creeríase que se trataba de un reclamo, pero la industria automóvil francesa va a sufrir un golpe durísimo. Las recientes victorias italianas han descorazonado a los constructores franceses, y el púlbico que compra parece haber convertido las miradas a esos coches, vencedores en todo género de pruebas. Lo demuestra el hecho de que la industria automóvil en Italia se desarrolla y adquiere una importancia enorme.

Luego, estas casas constructoras se han dedicado exclusivamente a la construcción del coche caro, de la carrosserie lujosa, porque, indudablemente, es el que deja mayor utilidad. Olvidan que el porvernir de la industria automovilista está precisamente en la construcción de coches prácticos y ‘a bon marche’. Grandes señores que puedan gastarse 50.000 francos en un coche y otros 50.000 todos los años en ‘entretenerle’ hay pocos. En cambio, hay muchos labradores, muchos médicos, muchos notarios, muchos registradores, muchos hombres de negocios en provincias que tienen la necesidad de sostener un carricoche para recorrer varias leguas todos los días, y que en el momento que surgiera el automóvil práctico, seguro, fuerte y económico lo adquirirían.

Estas poderosas maquinarias que les ha dado a los fabricantes por construir no sirven más que para epatar al burgués y aplastar perros en las carreteras. Y ya verán ustedes como después del actual Salón los constructores lo comprenden así. Si no, peor para ellos… Y cumplido el deber de hablar a ustedes de lo que no entiendo, pero que constituye hoy el acontecimiento parisino más chic, ¡vamos al Grand Palais…! ¿A ver los automóviles? No… ¡A ver lo demás!

Texto de José Juan Cadenas. Publicado en el número 891/página 3 del diario ABC, correspondiente al martes 12 de noviembre de 1907

Enlace al documento original

 

¿Qué os parece? No he presentado el texto al inicio para conseguir el efecto de no saber exactamente lo que se está leyendo y, sobre todo, la fecha a la que pertenece. Esto, como ya habrás visto, se escribió sobre el Salón del Automóvil de París hace 107 años. Y su valor no solo reside en su peso como documento histórico o en la forma en la que el autor hace ese retrato costumbrista del evento, sino en las predicciones de crisis para un invento apenas tenía una década de vida y que ha conseguido cambiar el mundo. Esta semana, más de un siglo después de aquello, se inaugura el Salón del Automóvil de París 2014 y nuestro querido ‘invento’ sigue vivo.

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