La revista mensual COCHES CLÁSICOS acaba de anunciar su cierre. Yo entré en ese proyecto en marzo de 2006, a solo unos días de terminar el número 13, con el que se celebraba el primer año de vida de la publicación. Y he escrito en sus páginas, salvo por algún periodo puntual de ausencia, hasta el número 213 que ha salido a la venta hace solo unos días.

Así que creo que esto es un aval lo suficientemente sólido como para que los argumentos y conclusiones que voy a exponer a continuación gocen de la credibilidad necesaria.

Hablo en el titular de “la gran estafa” de la revista COCHES CLÁSICOS. Pues bien, la primera prueba de este gran timo es que la revista nunca ha sido una revista.

Cuando uno está en la facultad de periodismo y ve aceptada su solicitud de prácticas en un medio, intenta imaginar lo que se va a encontrar: una oficina llena de gente poseída aporreando teclados de forma frenética o corriendo de un lado para otro con folios en una mano y el teléfono echando humo en la otra.

Sin embargo, cuando me incorporé al equipo de la revista COCHES CLÁSICOS, allí ni había periodistas ni había coches. Tuve que esperar a la siguiente reunión mensual del consejo editorial para enterarme realmente de dónde me había metido.

Un ingeniero agrónomo, directivos de compañías químicas, industriales, tecnológicas o financieras, abogados, empresarios, un fotógrafo de agencia que venía de cubrir el Consejo de Ministros en el Congreso de los Diputados y otro que seguía revelando carretes de blanco y negro en su estudio en sus ratos de ocio, entre otros personajes. ¡Pero qué demonios!

Aquella gente ponía la hora de las reuniones una hora más tarde de que se cerrase la editorial por la sencilla razón de que era cuando salían de sus trabajos y, entonces, venían al mío. Gente con traje y corbata junto a mis camisetas de superhéroes. Aquello no tenía ningún sentido. Pero Julio era un anarquista existencial (que no político) y aquella tropa, su tropa, seguía sus mismas reglas, es decir, ninguna.

Sin embargo, hicieron falta pocos minutos de reunión para darme cuenta de que estaba sentado entre algunos de los mayores expertos del mundo del automóvil de nuestro país (y me atrevo a decir que del extranjero). Gente que con dos llamadas conseguía reunir un F40 y un Porsche 959 para un reportaje. Gente que tenía acceso directo a garajes secretos que harían que la cueva del tesoro pareciese una chatarrería. Gente que había estado a pie de pista en carreras que yo ni siquiera sabía que se habían disputado. Gente que tenía media Wikipedia metida en su cabeza y la otra media en la estantería de su casa. En definitiva, verdaderos titanes que le hacían sentir a uno un microbio ignorante. No, no eran periodistas, ni falta que les hacía. En ese equipo, los plumillas solo valíamos para poner los pies de foto y poco más.

Y es que, aquellas reuniones, que siempre empezaban con una inocente hoja en blanco, han llenado cerca de 32.000 páginas a lo largo de casi 18 años. Se dice pronto.

Es más, ha sido tan gigantesco el potencial y la capacidad productiva de este equipo, que además de esta verdadera salvajada que han supuesto los 213 números mensuales, hubo tiempo, ganas y conocimiento para sumar otros proyectos paralelos como CLÁSICOS DE OCASIÓN, CLÁSICOS POPULARES, toda una colección de números monográficos dedicados a Ferrari (en dos ocasiones), Porsche, Mini, SEAT o el Ford Mustang y hasta lanzar un canal temático de televisión a la carta, CLÁSICOS TV. Incluso alguno aún tuvo fuerzas para poner en marcha ideas propias como fue CLÁSICOS EN ACCIÓN.

No, COCHES CLÁSICOS nunca ha sido una revista, solo ha sido un medio para dejar por escrito de lo que se hablaba en esas reuniones, comidas o cenas que nunca acababan.

En segundo lugar, la revista COCHES CLÁSICOS nunca ha tratado sobre coches clásicos. Porque, para esta gente, que ya he presentado, ni son clásicos, ni son antiguos, ni son históricos, ni, por supuesto, viejos.

Uno de los mayores logros del equipo ha sido tratar siempre cada automóvil y cada relato desde un punto de vista presente. No valía con mirar desde el hoy hacia el ayer y describir lo que veías. Había que viajar hasta allí, ya fuera con la memoria propia o a través de aquellos que lo vivieron, y traer lo que encontrases aquí y ahora.  

Por eso, cuando entregabas orgulloso un texto lleno de palabras rimbombantes y bien estructurado gracias a tu sobresaliente en ‘Redacción Periodística’, Julio solo podía partirse el culo mientras daba un trago a su Coca-Cola para, al día siguiente, aparecer con una montaña de libros y catálogos de hace 50 o 60 años, en todos los idiomas del mundo, y decirte “toma, estudia”.

Esto te pone en tu sitio y, sobre todo, te curte. Porque al lado de Julio, que escribía pruebas sobre coches que había tenido en su garaje hacía 30 años y a los que les había hecho medio millón de kilómetros; tú no podías escribir sobre un coche que había existido antes de que tú nacieses con lo que encontrabas en Internet.

Al lado de Pablo, que ha escrito la historia entera del automóvil en España tres o cuatro veces ya; tú tenías que buscar y rebuscar hasta el último dato que fueses capaz de encontrar, contrastarlo varias veces y, aun así, pedirle que te revisara el texto por si todavía te faltaba algo.

Al lado de Ignacio, que conoce y conduce los coches de preguerra como si se hubiera sacado el carnet en 1910; tú tenías que aprender a mirar las fotografías en blanco y negro y tratar de verlas en color.

Al lado de Jaime, que encuentra coches tan raros como si pudiera pasear por todos los Salones de la historia del automóvil cada tarde; tú no puedes conformarte con poner lo que encuentras en la Wikipedia.

Al lado de Manuel, que se sabe de memoria a qué coche pertenece cada matrícula desde el siglo XIX; vives constantemente jugando a las “7 diferencias” y no se te puede escapar si el faro era de carburo o de bombilla, o si el conductor llevaba bigote o chistera.

Al lado de Eduardo, que parece que hubiese nacido en Detroit aunque trabaje en la Castellana, nunca puedes dar por seguro que no hay una versión especial que no sabías ni que existía.

Al lado de Ángel, que tiene una caja fuerte repleta de maravillosas historias esperando a ser rescatadas; tú no puedes contar lo que ya ha contado todo el mundo.

Al lado del otro Ángel, que parece que acaba de venir de tomar el vermut con il Commendatore, tienes que conocerte Maranello mejor que tu propio barrio.

Al lado de Guillermo, que cada fin de semana se pone el mono de carreras para correr en Le Mans, Estoril o Goodwood; tú no puedes escribir una crónica sin haber estado en un circuito.

Al lado del otro Ignacio, que tiene las huellas dactilares borradas de escribir sobre coches y el culo pelado de subirse en ellos durante toda su vida; tú tienes que ser capaz de subirte a cualquier cacharro con ruedas con la misma ilusión y entusiasmo que si fuese el sueño de tu vida.

Así con todos y cada uno de los miembros que forman el equipo de COCHES CLÁSICOS (que son y han sido muchos más entre fotógrafos, diseñadores, comerciales y colaboradores de todo tipo. Tantos -y también tantas- que me es imposible mencionarlos a todos. Disculpas por ello). Este altísimo nivel de exigencia es algo que nunca hubo que discutir ni negociar. Siempre se dio por hecho. Y, muy posiblemente, eso, junto a esa perspectiva actual del pasado, sean las principales razones por las que la revista ha logrado arrastrar al kiosco a un público igualmente exigente y, a la vez, tremendamente fiel, cada mes durante casi dos décadas.

Y luego está Iván, un tío que cuando los dos éramos becarios ya se sabía de memoria la parrilla de salida del Gran Premio de Sudáfrica de Formula 1 de 1977 y, a efectos prácticos, siempre ha sido el verdadero director de este proyecto desde el primer hasta el último día gracias, entre otras muchas cosas, a su carisma, a su profesionalidad y, milagrosamente, a pesar de contar los peores chistes del mundo. Todos los que tenemos la suerte de trabajar con él sabemos que con alguien menos competente o con alguien menos afectivo, el proyecto habría naufragado hace mucho tiempo.

Por último, la gran estafa de la revista COCHES CLÁSICOS se remata con el hecho de que el final de la revista sea el final de COCHES CLÁSICOS. Simplemente desaparece el eslabón más débil de la cadena. En estos tiempos, por desgracia, el papel no es más que papel mojado y ya cuesta más comprarlo en blanco que venderlo escrito. Sin embargo, las personas que le han dado sentido y valor a esas páginas siguen unidas y con la misma ilusión del primer día. Y no lo digo solo por los que hemos estado detrás, también lo digo por los miles que habéis estado delante cada mes durante todos estos años.

Eso es lo verdaderamente importante y eso es lo que, tarde o temprano, permitirá que este equipo siga contando historias de COCHES CLÁSICOS para todo aquel que se interese por ellas. Como ha sido en los últimos 213 meses.

Hasta pronto, amigos.

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