Sebastien Loeb tiene mirada de western, con esos ojos que darían muy bien en los primerísimos primeros planos que patentó el gran Sergio Leone en sus películas grabadas en Almería. Para seguir con el retrato robot del pistolero, diré que también tiene manos rápidas, muy rápidas. Sin embargo, aún hoy se duda de que sean las mejores de la historia.
Dicen (muchos) que ha vivido en una época sin competencia, en la que él y Citroën han campado a sus anchas por los tramos de todo el mundo sin un rival que realmente les pusiera contra las cuerdas, que les apretara el lazo. Llegan a afirmar (los mismos de antes), con la certeza científica del que tiene no se qué pruebas empíricas, que Sebastien Loeb no habría sido nadie una década antes, entre los McRae, Mäkinen, Burns o el mejor Sainz.
Su último argumento de debate se apoya en que el primer año en el que podría haberlo pasado realmente mal, en 2013, con el debut de Ogier y Volkswagen, se quitó de en medio, y tanto él como el presupuesto oficial de Citroën se mudaron a los circuitos del WTCC.
Sin embargo, en aquel año corrió cuatro rallys y ganó dos (Montecarlo y Argentina), fue segundo en Suecia y se retiró en Francia después de volcar en una zanja en la decimoquinta etapa.
El pasado fin de semana, 15 meses después de aquella voltereta vestido de oro y negro (recordemos que corrió con un DS3 homenaje), Sebastien Loeb se ha vuelto a subir en un coche de rallys.
Lo ha hecho, precisamente, en la prueba por excelencia de este deporte, la primera del año, la más antigua, la más mítica de todas, quizá la más difícil y, además, donde ha ganado más veces que nadie (siete victorias): el Rally de Montecarlo. Ya fue noticia el anuncio de su ‘cameo’ el pasado mes de diciembre. Pero con Ogier y su VW Polo R WRC lanzados al galope y con Citroën pasando de puntillas, las expectativas no eran muy positivas, aunque ya se sabe, Loeb es Loeb.
Las expectativas no eran muy positivas, aunque ya se sabe, Loeb es Loeb
Por eso, cuando se puso en marcha el primer crono en Mónaco y Loeb le endosó medio minuto al VW Polo con el dorsal ‘1’, las cámaras, los móviles y los teclados echaron humo. El jubilado hiperactivo acababa de humillar al campeón. Un resultado inesperado que se convirtió en insólito dada la diferencia de tiempo. Y eso que, como cuenta Kevin Muñoz en su último artículo, Loeb le dijo a su copiloto (una pieza absolutamente clave en este personaje que muchas -demasiadas- veces pasa desapercibida) que: «a tres kilómetros del final le dije a Daniel (Elena), esto es todo, he ido parado, completamente parado».
¿Cómo lo hizo? Algo tendrá que ver que nadie se puede tomar tan en serio el primer tramo de la temporada, a no ser que no se juegue absolutamente nada, como fue el caso de Loeb. Quizá también Citroën apretó un poco más las tuercas del nuevo DS 3 Racing, aun a costa de arriesgarse a no llegar a meta. ¿Fue realmente un golpe de autoridad del campeón retirado prematuramente? Y Ogier, ¿pone esto en duda la hegemonía que ha conseguido a golpe de victorias? Preguntas retóricas, nada más.
Más tarde, la trituradora de ‘El Monte‘ hizo de las suyas y el propio Loeb acabó perdiendo el culo en una cuneta que le dejó fuera de la pelea por la victoria. Pero el golpe ya estaba dado y muchos de los que lo denostaron cuando ganaba vieron su figura más grande que nunca. Como si se les acabara de aparecer un ser mitológico en el que nunca creyeron.
Yo no sé si Sebastien Loeb es el mejor piloto de rallys de todos los tiempos. Pero está claro que sus números han sepultado los registros de todos los que consideramos leyendas (nueve títulos Mundiales consecutivos y 76 victorias, con 905 scratchs). A Loeb se le echa en cara que ha convertido algo tan pasional como los rallys en frías matemáticas, machacando el crono sin sentimiento. Sin permitir la réplica, el error, ni tampoco derrapes. Entonces, el personal que quiere ver ‘chicha’ se aburre y le saca pegas, por decir algo, también al que gana. Pero decir que el único defecto de Loeb ha sido el nivel de sus rivales, también permite interpretar que, si no ha sido el mejor de todos, ha sido el piloto perfecto. Sin mácula. Que no es poco.
Curiosamente, con su sucesor pasa ahora lo mismo. Se duda de que Ogier fuera capaz de dominar el campeonato, como lo hace, si Loeb estuviera en pista y más después de este Rally de Montecarlo 2015, tras el que ya se pide a gritos la vuelta de ‘O Rei’ Loeb.