La llegada a Williams de una marca tan icónica para el automovilismo como Martini se ha convertido en uno de los chascarrillos que más juego están dando durante esta pretemporada.

Por un lado está el cariño que despierta una de las escuderías históricas de la F1. El equipo de Frank no lo esta pasando bien y la gente se solidariza, los apoya y muestra un interés desmedido hacia su salud financiera. Y la verdad es que cualquier guiño de la escudería de Grove a su pasado da que hablar. Sólo hay que recordar el ruido que se montó cuando firmaron su legendario acuerdo con Renault hace dos temporadas y volvieron a meter el apellido Senna en el box, fichando al sobrino del mito. Lástima que el ejercicio de memoria termine fugazmente con unos pésimos resultados deportivos.

En segundo lugar tenemos a Martini, una marca de cócteles que ha pasado buena parte de sus 151 años de historia coloreando coches de carreras en los circuitos y competiciones más importantes. Su mérito, sin lugar a dudas, ha sido la intuición para apostar siempre por el caballo ganador. Sólo se les recuerda ganando: con Porsche en Le Mans, con Lancia en los rallys, etc.

Así que este mero acuerdo comercial, bien cebado por ambas partes, se ha convertido en uno de los culebrones del invierno. Parece como si los colores de guerra de Martini pudieran ser capaces de resucitar a Williams, convertirlo en uno de los mejores equipos de la parrilla y darle a Felipe Massa la oportunidad de vengarse de aquella última curva de Interlagos 2008.

No nos engañemos, sólo son unas nuevas pegatinas (y los euros que ellas conllevan), pero de las que molan…

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