A final del año pasado planteé un pequeño debate en Twitter alrededor del hecho de que el campeón de la GP2, Fabio Leimer, tuviera las puertas de la F1 completamente cerradas y el ganador de la GP3, Daniil Kvyat, fuera a subir directamente como titular a Toro Rosso (como también lo hizo Magnussen, a McLaren, desde las WSR).
No pretendía comparar el talento de ambos, ni tampoco valorar los riesgos de las sorpresivas decisiones desde la dirección de la cantera de Red Bull, mecanismo clave en la sucesión de los acontecimientos. Mi intención era sopesar la funcionalidad de la propia GP2. Nacido en 2005, la intención de sus promotores parecía clara: carreras teloneras de la F1. Y, en sus primeros pasos, la cosa funcionaba. Desde sus monooplazas saltaron al Gran Circo todos sus campeones. Nombres que ahora nos son algo más que conocidos: Rosberg, Hamilton, Hülkenberg, Maldonado y Grosjean. También algún otro sin premio, como el caso de Sergio Perez. De hecho, el reglamento del propio certamen esta pensado para provocar ese salto, ya que el campeón está obligado a correr en otro sitio en la siguiente temporada.
Sin embargo la cosa se ha detenido súbitamente y sin explicación. Davide Valsecchi y Fabio Leimer se han buscado el pan lejos de la F1, en la resistencia o los GT, y me temo que el camino para Jolyon Palmer no va a ser diferente a pesar de que el propio piloto, todavía oliendo a champán en Rusia, dijo que confía en que las cosas saldrán bien. Veremos qué encuentra.
Así que vuelvo a plantear la pregunta: ¿Para qué sirve la GP2? Es un campeonato caro (muy caro) pero también vistoso y entretenido. De hecho, este año han sido ellos los que han puesto algo de ruido en los circuitos, con los afónicos V6 de la Fórmula 1 de fondo. A su sombra ha nacido la GP3, aunque ambos sufren un inmovilismo vertical que no tiene sentido. Incluso aunque en los últimos años las escuderías de F1 hayan desarrollado una interesante red de formación y cooperación con varios de los equipos.
No seré yo quien proponga soluciones, básicamente porque el modelo ya esta inventado: lo tienen las motos, con su ancestral estructura desde 125 cc (ahora Moto3) hasta llegar a la categoría reina. Así de fácil o de complejo. Porque para conseguir un campeonato ‘unificado’ hay venderlo como tal, empezando por los derechos de TV y acabando por algo que me parece ciertamente imposible en el mundo de las cuatro ruedas.
Honda o Aprilia estaban en 125 y 250 porque vendían motos de ese tipo. Ahora Dorna ha conseguido algo muy difícil, como ha sido salir airoso al cambio evolutivo a Moto3 y Moto2 perdiendo a la mayoría de fabricantes de las categorías intermedias por las que han apostado Honda, KTM o Mahindra. Una auténtica prueba de fuego para la solidez de la estructura que se ha superado con nota.
Lo dicho, será complicado que pase algo parecido entre la F1, GP2 y GP3. La pena es que mientras tanto vayamos viendo pasar campeones ‘sin premio’.
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