Marc está roto. Física y, es probable, que también mentalmente. Lo primero lo sabemos porque ya se ha confirmado que va a tardar en recuperarse lo mismo que cualquier persona normal: 2 o 3 meses. Adiós 2020.

Lo segundo lo imagino. Porque no hay animal salvaje que sea feliz en cautividad. Aunque sea lo mejor para lamerse las heridas. Volverá. Y tendrá mucha hambre. Abstenerse veganos cuando empiece aquello.

La cosa es que con el T-Rex metido en la jaula, por las verdes praderas de MotoGP corretean ahora libremente todo tipo de animalillos silvestres: los Quartararo, Rins, Mir, Binder… y hasta una KTM dopada de Red Bull que algún día tenía que llegar.

Pero también merodea por allí aún un viejo macho, cosido de cicatrices, que ha aguantado en pie más allá de lo que la selección natural recomienda, quizá, precisamente para aprovechar este momento. Jodido destino.

El problema es que mientras le crecían las canas también le han crecido los enanos. Porque, aunque la Honda-Márquez corra ahora mismo en Moto2, ha dado tiempo para que la parrilla se llene de adolescentes para los que el 46 era una camiseta vieja de su padre. Una cosa a tu favor: a falta de un depredador común, se van a comer entre ellos.

En cualquier caso, el azar ha querido darte la oportunidad de no tener que correr contra ninguno de los rivales contra los que hincaste la rodilla. Y aún subido en una Yamaha oficial. Dudo que te vuelvas a ver en otra así.

Valentino, ahora o nunca. No hay fantasmas. Te has quedado solo. Pacta con el diablo (Fabio). Tienes tres meses. Gana el décimo y vete a tu puta casa, que ya vale de sustos por esta vida.

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